La leyenda del minotauro – La muerte del Minotauro
(El
minotauro era hijo de Pasifae, esposa del rey Minos de Creta y de
un toro blanco enviado por Poseidón, dios del mar. Minos había ofendido
gravemente a Poseidón quien como venganza hizo que Pasifae se enamorase del
animal. Fruto de dicha unión nació el Minotauro, un ser violento, mitad
hombre, mitad toro, que se alimentaba de carne humana. Para esconder su
vergüenza y proteger a su pueblo, el rey Minos rogó al inventor Dédalo que le construyera un laberinto del que el
monstruo nunca pudiera salir. Cada nueve años, a fin de apaciguarlo, Minos le
ofrecía a la bestia, siete mujeres y siete jóvenes que imponía como tributo a
la ciudad de Atenas.
En
una ocasión, Teseo se ofreció voluntario como víctima, con la intención de
matar al Minotauro y liberar a Atenas de un cruel destino. Con la ayuda de Ariadna,
la hija del rey, que se había enamorado de él, logro su propósito: Ariadna le
ofrece a Teseo un ovillo de hilo que le ha dado Dédalo, el arquitecto del
laberinto. Habiendo atado uno de sus extremos en la entrada y siguiendo el hilo
por los intrincados vericuetos del laberinto, Teseo puede,
efectivamente, encontrar la salida.)
Alonso Rubio |
Para
mí, es necesario que me atraigan las primeras líneas de una novela o de
cualquier otro escrito para animarme a continuar leyendo.
Patricio,
me animó a ello cuando comienza así su novela: “Nunca había tenido un padre que
lo llevara por primera vez a contemplar el hielo, ni un abuelo de profesión
coronel que ante la infantil y ocurrente pregunta de ¿qué hace usted sentado
frente al quicio de la puerta?, le dijera que simplemente estaba esperando ver
pasar su propio entierro. No tenía…”
La novela |
Así
me comienza abriendo una ventana, una ventana hacia un mundo nuevo y sugerente
que anima a seguir leyendo…¿qué vendrá después?
Miro
por esa ventana y descubro, conforme voy leyendo, un gran fresco, cuan Jardín
de las Delicias del Bosco, despertando así mi interés por ver qué hay más allá…
Cuando veo un cuadro o leo una novela u otro escrito me gusta ver y, en su caso
fotografiar, aquello que hay o se oculta detrás de la imagen o texto, que
generalmente la gente no suele ver, pues ello despierta mi interés por la obra,
tal y como me pasó con esta novela de Patricio. Me descubre un mundo que yo
desconozco totalmente que es el de los toros y los toreros, el de la
tauromaquia en general, como no sea el que se contiene, por ejemplo, en los
dibujos de Goya y otras obras de Picasso, de los que tantas veces he disfrutado.
Cual
Teseo, sigo el hilo que Ariadna ha desenrollado, con el fin de salir, mejor
diría entrar en ese nuevo mundo al que Antonio Rodríguez, el torero, me invita.
No sé dónde me va a llevar…
Conforme
lo sigo voy descubriendo y, en algún caso, conociendo a autores de novelas y
poesía (García Lorca, Miguel Hernández, Bergamín, María Zambrano), a cantaores
(Morente, Sabina por ejemplo) y cantaoras (Chavela Vargas, incluso a la Jurado),
a otros matadores (Ponce, Jesulín de Ubrique, Cristina Sánchez, Frascuelo,
Lagartijo, el Juli, José Delgado, su competidor) y sus cuadrillas, otros
paisajes y ciudades (Bogotá: sus calles, noches y lugares, México DF, Macondo-Comala),
escuchando en mi mente melodías que despiertan mi imaginación, y no me dejan
dormir, porque yo suelo leer justo antes de cerrar los ojos, en este caso
misión casi imposible, pues Patricio no me deja y me sugiere ¡lee más, lee más!
Patricio Peñalver en Caravaca |
Y
al seguir hay una cosa que me sorprende, porque intento terminar el capítulo
que he comenzado, pero no encuentro su final, y no tengo más remedio que cerrar
el libro, no mi imaginación (lo voy recreando en mis sueños), y esperar al día
siguiente, noche siguiente, para continuar…
Su lectura me lleva a otros mundos, algunos de
los cuales se me asemejan cercanos, como ese bar de hotel, creo que en Colombia/Bogotá,
donde se alojan Antonio Rodríguez y su cuadrilla, en donde se arma un gran
alboroto intentando comprender la desaparición de su mozo de espadas, José
Vargas. Es un cuadro desternillante, en el cual todos hablan, todos beben,
todos miran a la morenita empleada, la de los pechos redondos…, bajo la
estúpida mirada de ese chusquero oficial que solo sabe dar órdenes, cuál de
ellas más pelegrinas y que no conducen a nada, como no sea a entretener al
personal. Una verdadera diarrea de ideas y de interpretaciones de la no
realidad, que me lleva a reírme sobre mi cabecera... ¿qué tendrá que ver aquí
la peli “La estrategia del Caracol”? Me pregunto…
“La
vie en rose”…, lugar que se repite en variadas ocasiones durante el relato y
que sirve de excusa al autor para llevarnos a otra imaginada realidad, lejana o
bien cercana en el tiempo.
El
torero, ante este panorama, no sabe si lo que está viendo, oyendo y viviendo es
realidad o es un sueño. Incluso la morenita no para de preguntar al chofer del
torero (un tal Rubén), que por cierto, es licenciado en filología hispánica,
por Macondo. Chispeante ¿no?
Goya, ve así la faena |
El
torero, protagonista de la obra, ya desde el principio pregunta a su mozo José
Vargas sobre Macondo y su interés por torear en su plaza, en la cual según
dicen, en sus chiqueros, se encuentra el Minotauro. El mozo le explica algunos
detalles de esa ciudad y de sus gentes. Así nos encontramos con García Márquez
y sus “Cien años de soledad”. Macondo ciudad perfectamente descrita, con
anterioridad, por Juan Rufo en su novela “Pedro Páramo”, Comala.
Patricio,
en un gran continuum, cual parto sin fin, nos sigue contando las peripecias de
su torero Antonio Rodríguez y su cuadrilla. Cuanto más avanzo, más lejano y más
cercano me parece el final, aunque en ningún momento intente descubrirlo. La
magia del subrelato de embulle…
En
ciertos momentos me parece que estoy leyendo un relato de Saramago que como
sabéis tampoco divide sus obras en capítulos, ni siquiera utiliza casi los
puntos y aparte, cosa que Patricio sí hace, por lo cual puedo descansar algún
ratito entre frase y frase.
No
sé si lo he dicho antes, pero la novela está escrita en tercera persona, como
sería lo habitual y lo es en muchos otros autores, pero Patricio en un alarde
maestro se sitúa él mismo no en primera persona, pues sabemos que estamos
leyendo un artículo o entrevista realizada por él mismo, sino en tercera: no sé
cómo podríamos calificar esta quizás figura poética… (Se trata de la entrevista
que le hace al mataor con ocasión de su visita a Murcia, para torear en su
Feria. Las respuestas a la misma constituyen un manual sobre toreo y de los
sentimientos que embargan al torero).
Otro
aspecto que me ha gustado, aunque quizás esté un poco sobrecargado, es el
intimista: esas reflexiones de Antonio Rodríguez en su fría y solitaria
habitación de hotel, y otras intercaladas entre una y otra acción. Veo a un
torero que quiere enfrentarse a la muerte retando al minotauro en esa plaza de
Macondo, que no sabe en dónde se encuentra y que no aparece en algunos de los
atlas consultados. ¿Busca la muerte del minotauro o bien la suya propia? La
respuesta a este planteamiento quizás la veamos en el sueño que padeció (digo
padeció…) su mozo de espadas José Vargas, durante su “secuestro” en el cual… no
os lo digo, me lo reservo, porque aquí podría acabarse el libro…
Estoy
seguro que esta gran obra, pues una gran obra es, os gustará, tanto a aquellos
que gustan de “los toros y su fiesta”, como a aquellos, como es mi caso, que no
nos gustan. La descripción del personaje y su cuadrilla, de otras personas y
circunstancias que les rodean os descubrirá ese mundo nuevo y sugerente que al
principio os decía.
Otro
tema sería hablar del amor y veneración, parece ser no correspondido, de
Antonio Rodríguez por Lucía Vargas, famosa cantante colombiana: imagen y
recuerdo que siempre le acompañaba en las soledades de sus habitaciones de
hotel. (Mientras su cuadrilla sí se divertían, bebiendo, visitando casas de
lenocinio: aquí la soledad del mataor). Finalmente habla de su accidente, el de
Lucía Vargas. La cantaora se había librado del suplicio de salir en la prensa.
Y su traición, antes del accidente con José Delgado, recordemos el competidor
de nuestro torero, al menos en su mente. Lucía le puso los cuernos, nunca mejor
dicho en este contexto, a Antonio Rodríguez. Aunque recortados, pues su amor
siempre se manifestó ambivalente.
A
veces, incluso, a pesar de sus miles de corridas triunfales el torero se
preguntaba: ¿qué hago yo aquí matando toros? ¿Para qué sirve todo esto? ¿Es
necesario? Estas eran sus grandes dudas
existenciales, que en muchos momentos, cuando los anti taurinos gritaban sus
lemas contrarios a la fiesta, que él escuchaba al entrar en la plaza o bien a
través de la ventana del hotel, le sumían en una profunda melancolía reflexiva.
Entonces leía a Manuel Vicent los artículos publicados en El País (los que
guardaba en una carpeta de gomas), por ejemplo el titulado: “Más toros”, en
donde hablaba de Manuel Guerra, apodado “Guerrita”.
Ya
en Méjico aparece Comala ¿se enfrentará aquí al Minotauro?
Menciona
a los muertos en las minas de La Unión (siempre la muerte, el encuentro
interminable y atemporal con la muerte a la que nos lleva la realidad del
Minotauro) y otro sinfín de temas, hechos y dichos que es imposible reflejar
aquí, pero que demuestran el gran pozo, por no decir archivo, que Patricio
tiene incluido en su mente, su gran sabiduría popular (hasta habla de Romeo y
Julieta), su gran memoria y su capacidad para recordar y relatar.
No
quiero olvidar que Patricio nos hace un guiño para mostrarnos el barrio en
donde Antonio Rodríguez, el torero protagonista, vivió sus momentos de infancia
¿tiene algo que ver con el barrio en donde nació, con el que ahora mismo vive?
Me lleva ahí, aunque no lo pretenda… (Antonio Rodríguez quería ser futbolista,
no otra cosa, hasta que…).
El
sentido de lo trágico está presente en toda esta extensa novela de más de 400
páginas, aunque pudiesen haber sido muchas más (ad infinitum), dada la
fertilidad del autor, porque recursos no le faltan, y no solo materiales…
La
muerte es algo muy presente en toda la obra…Una sorpresa os espera al final y
una recomendación no empecéis por el final, aunque yo en muchas ocasiones lo
haya hecho en otras publicaciones, aunque en esta pude aguantar la tentación
(por qué, porque me enganchó desde nada más que comenzar).
La mesa, de izquierda a derecha: Juani, José Clemente Rubio, Patricio Peñalver y Alonso Rubio |
¿Tiene
algo de biográfica, es decir autobiográfica esta novela? ¿Patricio quiso alguna
vez ser torero o quizás lo es y sigue siendo? Hacen falta “reaños” para
enfrentarse a la vida tal y como él hace, en especial escribiendo una novela
como la que tenemos entre manos y que sin exagerar diré que quizás se convierta
en su obra maestra, la que más lo definirá en un futuro, sino lo ha hecho ya…
Tras
unas palabras de Patricio… termino con José Luís Sampedro…” no sé qué decir.
Sencillamente.”
Alonso
Rubio
En
Caravaca de la Cruz durante el acto de presentación del libro de Patricio
Peñalver Ortega “La muerte del Minotauro”, 22 de mayo de 2018.
Juani, de la librería Cervantes, abre el acto. |
Otros libros
publicados de Patricio: Una novela sin nombre, El murmullo de las estaciones
y Tiempo de transición.
No hay comentarios:
Publicar un comentario