Lo que os
cuento de mi tío Esperanzo no es una biografía, en sentido estricto, pero tampoco
es un currículum, quizás más bien un cuento … pero tampoco sería un cuento pues
incluye datos biográficos muy concretos, entonces ¿qué sería? … en fin lo mejor
es que la leáis y opinéis, aunque a mí personalmente como pensante y escribiente
eso es lo que menos me importa ejem, ejem, ejem…
Esperanzo
García era un hombre sencillo y trabajador. Nació en el año 1901 en Fortuna, un
pequeño pueblo de Murcia, donde vivió su infancia rodeado de naturaleza y
tranquilidad.
Su padre, José García, era carbonero y se encargaba de vender carbón vegetal a los vecinos de Molina de Segura; tenía su tienda en una calle que se llamaba “Calle Ancha”. Su madre, Francisca Bernal, era ama de casa y se ocupaba de cuidar de él y de sus hermanos y hermanas: Paquita, Josefa, Pepe, Isabel y…María la menor entre sus hermanos.
La mamá de Esperanzo con casi 100 años |
Esperanzo era el mayor de los seis y desde pequeño ayudaba a su padre en la carbonería. Le gustaba aprender el oficio y sentirse útil. No le gustaba ir al colegio, donde hubiera destacaba por su inteligencia y su buen comportamiento, pero ¡ay! terminó sin saber leer, ni escribir ni hacer números. Era un niño curioso y soñador, que disfrutaba mirando libros de aventuras e imbuido por jugar con sus amigos, formando pandillas, jugando a las canicas, a la una la mula, lo pasaba muy bien, sin preocuparse con otros asuntos.
Cuando
Esperanzo cumplió 12 años, su padre le dijo que ya era hora de dejar de ser un
niño curioso y aventurero y dedicarse por completo a la carbonería y a echar
una mano en el campo. Esperanzo se entristeció, pero no se atrevió a
contradecir a su padre. Sabía que su familia necesitaba el dinero y que él
tenía que contribuir al sustento. Así que dejó de lado su vida de niño y se
puso el mono de trabajo.
La tienda de Carbón (Similar) |
Los años
pasaron y Esperanzo se convirtió en un guapo joven, fuerte, responsable y algo
aventurero. Seguía trabajando con su padre en la carbonería y en el campo, pero
también tenía otros proyectos e ilusiones. Una de ellas era tener una finca propia,
donde poder cultivar la tierra y criar animales. Otra era encontrar una mujer
con la que compartir su vida.
Un día,
su padre le dio una buena noticia: había comprado una finca en un lugar llamado
Las Canteras, cerca de Molina de Segura. Le dijo que era una buena oportunidad
para ampliar el negocio y que quería que Esperanzo se encargara de ella.
Esperanzo se alegró mucho y aceptó el encargo. Al día siguiente, cogió sus
cosas y se fue a Las Canteras.
La finca
era grande y bonita, pero también estaba descuidada y abandonada. Esperanzo se
propuso arreglarla y mejorarla. Lo primero que hizo fue construir una casa,
medio cueva, junto a la rambla llamada de Las Canteras. Allí se instaló y empezó
a vivir con parte de su familia.
Vista aérea finca de Las Canteras |
Lo
segundo que hizo fue excavar un montón de pozos para encontrar agua con la que
regar el campo. Pero nunca la encontró. Por más que cavaba y profundizaba, solo
encontraba tierra seca y piedras duras. Esperanzo no se explicaba por qué no
había agua en aquella zona, si estaba tan cerca del río Segura y junto a la
rambla que la atravesaba de lado a lado.
Pero
Esperanzo no se desanimó y siguió buscando soluciones. Como imaginación no le
faltaba, pensó que quizás podría traer el agua desde el río mediante un sistema
de canalización o bombeo. Para ello necesitaba dinero, materiales y mano de
obra. Así que decidió ir a Molina de Segura a buscarlos.
Molina de
Segura era una ciudad próspera y moderna, donde había todo tipo de comercios e
industrias. Esperanzo llegó allí y cargó su carro de carbón vegetal, dispuesto
a venderlo y a comprar lo que necesitaba. Pero pronto se dio cuenta de que no
era tan fácil como pensaba.
El carbón
vegetal ya no tenía tanta demanda como antes, pues la gente prefería usar otros
combustibles más baratos y eficientes, como el gas o la electricidad. Además,
había mucha competencia entre los carboneros, que se peleaban por los clientes
y bajaban los precios.
El carro ya aparcado (Foto de Marco) |
Esperanzo
tuvo que recorrer varias calles y plazas hasta encontrar un comprador dispuesto
a pagarle un precio justo por su carbón. Se trataba de un hombre llamado Juan
Martínez, dueño de una panadería. Juan le compró todo el carbón y le pagó en
efectivo.
Esperanzo
le dio las gracias y guardó el dinero en su bolsillo. Luego le preguntó si
sabía dónde podía comprar los materiales y contratar a los obreros para su
proyecto de canalización del agua. Juan le dijo que sí, que conocía a unos
hombres que podían ayudarle.
Juan le
llevó a un bar, donde le presentó a sus amigos: Manuel, Paco y Pepe. Eran tres
hombres de mediana edad, que se dedicaban a la construcción y a la fontanería.
Juan les explicó el plan de Esperanzo y les preguntó si estaban interesados en
participar.
Los tres
hombres se miraron entre sí y asintieron. Dijeron que sí, que les parecía un
buen trabajo y que estaban dispuestos a hacerlo. Le pidieron a Esperanzo que
les mostrara la finca y que les dijera cuánto les iba a pagar.
Esperanzo
aceptó y los invitó a subir a su carro. Los cuatro hombres salieron del bar y
se dirigieron a Las Canteras. Por el camino, les contó más detalles sobre la
finca y sobre su vida. Los otros le escucharon con atención y simpatía.
Llegaron
a la finca al atardecer y Esperanzo les enseñó la casa, el campo y los pozos.
Los tres hombres examinaron todo con interés y profesionalidad. Le dijeron que
el proyecto era factible, pero que requería de mucho trabajo y dinero.
Esperanzo
les preguntó cuánto dinero necesitaban y ellos le dieron una cifra. Esperanzo
se quedó sorprendido, pues era más de lo que él tenía. Les dijo que no podía
pagarles tanto y les pidió que le hicieran una rebaja.
Los tres
hombres se negaron a bajar el precio. Dijeron que era lo justo y lo necesario
para hacer el trabajo bien hecho. Le dijeron que si no podía pagarles, que
buscara a otros.
Esperanzo
se sintió decepcionado y enfadado. Les dijo que eran unos aprovechados y unos
ladrones. Les dijo que se fueran de su finca y que no volvieran nunca.
Los tres
hombres se ofendieron y se pusieron violentos. Le dijeron que él era un tacaño
y un ingenuo. Le dijeron que se arrepentiría de haberlos tratado así. Le
amenazaron con hacerle daño a él y a su finca.
Esperanzo
no se dejó intimidar y sacó una escopeta que tenía guardada en la casa. Les apuntó
con ella y les ordenó que se marcharan. Los tres hombres se asustaron y
huyeron.
Esperanzo
respiró aliviado y guardó la escopeta. Se sintió triste y solo. Se dio cuenta
de que no podía confiar en nadie y de que tenía que seguir buscando agua por su
cuenta.
Pero no
todo estaba perdido para Esperanzo. Unos días después, algo ocurrió que le
cambió la vida para siempre: conoció a María Carrillo.
Una
noche, Esperanzo fue a buscar a María al piso donde residía y la ayudó a saltar
por la ventana, tras alguna que otra peripecia. Llevaban consigo una bolsa con
algunas monedas que Esperanzo había ahorrado y un anillo que María había cogido
de su madre. Corrieron hacia la finca de Esperanzo, donde tenían preparada una
mula. Montaron en ella y se alejaron de Molina de Segura.
La mula de Esperanzo y María |
Su plan
era ir a Fortuna, el pueblo natal de Esperanzo, donde creían que podrían vivir
en paz. Pero el camino no fue fácil. Tuvieron que sortear varios obstáculos: una
rambla crecida, una banda de salteadores, una tormenta… Pero nada pudo
detenerlos. Llegaron a Fortuna al amanecer y buscaron un cura que los casara.
El cura,
a la sazón párroco del pueblo, los reconoció como los hijos de José García y
Pedro Carrillo, dos viejos amigos suyos. Se alegró de verlos y les preguntó qué
hacían allí. Ellos le contaron su historia y le pidieron que los casara. El
cura no accedió porque María no era feligresa suya, no obstante les advirtió
que sus padres no estarían contentos con su decisión, circunstancia que los
dejó algo sorprendidos. ¿Porqué sus padres no estarían contentos?, se
preguntaron…
Pasado un
tiempo Esperanzo y María volvieron a su finca de las Canteras ilusionados de
volver a comenzar la aventura de poner la finca en producción.
María estaba en la nueva casa, que Esperando construyó
sobre una pequeña loma, preparando la comida, cuando vio a su marido y a su
amigo salir del pozo con un gran hueso en sus manos. Se acercó a ellos para ver
qué era lo que habían encontrado.
- ¿Qué es eso? - preguntó María
con curiosidad.
- Es un hueso de dinosaurio -
respondió Pedro, conocido como El Choclas, con orgullo - Es el secreto que
te había dicho. He venido a esta zona porque estoy buscando fósiles de dinosaurios.
Soy un paleontólogo, un científico que estudia los restos de los animales
prehistóricos.
- ¿Un paleontólogo? - repitió
María con incredulidad - ¿Y por qué no nos lo habías dicho antes?
- Porque quería mantenerlo en
secreto hasta encontrar algo. No quería crear falsas expectativas ni
llamar la atención de posibles competidores o ladrones - explicó Pedro.
- ¿Y has encontrado algo más? -
preguntó María.
- Sí, he encontrado varios huesos
más en los otros pozos. Pero este es el más grande y el más importante. Creo
que pertenece a una especie desconocida de dinosaurio. Podría ser un gran
descubrimiento para la ciencia - dijo Pedro con entusiasmo.
María miró a su marido, esperando su reacción. Esperanzo
estaba tan sorprendido como ella. No sabía qué pensar ni qué decir. Había
ayudado a su amigo sin saber lo que hacía, y ahora se encontraba con que había
participado en una gran aventura científica.
- ¿Qué te parece, Esperanzo? - le
preguntó Pedro - ¿No te alegras de haberme ayudado? ¿No te sientes orgulloso
de haber encontrado un hueso de dinosaurio?
- Pues… sí, claro… me alegro… me siento
orgulloso… - balbuceó Esperanzo, sin mucha convicción.
- Entonces, ¿qué te parece si
celebramos este hallazgo? Podríamos ir al pueblo y contarle a todo el
mundo lo que hemos hecho. Seguro que nos felicitan y nos admiran. Y
podríamos invitar a tu hermana María y a tu cuñado Julián a comer. Ellos también
estarán contentos de saber lo que has hecho - propuso Pedro.
Esperanzo no estaba muy seguro de querer hacer eso. Él
prefería llevar una vida tranquila y sencilla, sin complicaciones. No le gustaba
llamar la atención ni presumir de nada. Además, tenía miedo de que su hermana y
su cuñado se enfadaran con él por haber metido a un extraño en sus tierras sin
pedirles permiso.
- No sé, Pedro… yo creo que mejor
nos quedamos aquí… no hace falta que le digamos nada a nadie… esto es cosa
nuestra… - dijo Esperanzo con timidez.
- Vamos, hombre, no seas tonto.
Esto es algo muy importante. No puedes guardártelo para ti solo. Tienes
que compartirlo con el mundo. Además, yo te lo agradezco mucho. Eres un
gran amigo y un gran colaborador. Sin ti, no habría podido encontrar estos
fósiles - insistió Pedro.
Pedro cogió el hueso de dinosaurio y se lo puso sobre
el hombro. Luego cogió la mano de Esperanzo y se la apretó con fuerza.
- Vamos, Esperanzo, vamos a
celebrar este día tan especial. Vamos a contarle a tu hermana, a tu cuñado,
a tus amigos y a todo el pueblo lo que hemos hecho. Vamos a ser famosos por
haber encontrado un hueso de dinosaurio - dijo Pedro con una sonrisa.
Y así fue como Esperanzo y Pedro salieron de la finca
de Las Canteras, seguidos por María y por la vieja mula, rumbo al pueblo, donde
les esperaba una gran sorpresa…
Escrito por Alonso Rubio, el sobrino de Esperanzo.
(Seguirá)
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