sábado, 11 de agosto de 2012

"WUKARI", Joaquín Soler Serrano: TODA UNA VIDA SCOUT.


Explorando, nunca mejor dicho, por el Internet me he encontrado con D. Joaquín Soler Serrano, Wukari para sus hermanos scouts y he pensado compartirlo con todos vosotros, scouts de hoy.


Desde el libro “A FONDO”, de Joan Munsó Cabús, editado por la Editorial Planeta, copio algunos fragmentos correspondientes a la etapa como explorador del mencionado Wukari.

Pero antes de hacerlo me gustaría comentaros lo sorprendente que resulta comprobar que en las múltiples biografías que he consultado (excepto la mencionada) no consta para nada su vida como explorador, ni siquiera cuando era niño. Incluyo hay una Web homenajeándolo que solo lo hace a partir de su juventud y su vida en la radio y otro medios, su enlace es: http://joaquinsolerserrano.9es.net/  

Yo pienso: No tengo duda que una gran parte de los éxitos conseguidos en su extensa carrera se deben a lo practicado y aprendido en su vida como scout.
A continuación tenéis parte de su biografía como explorador:
“Hijo de Joaquín Soler Simarro y de Antonia Serrano Palma, Joaquín nació en Murcia el 19 de agosto de 1919. Año y medio después vino al mundo su hermano José —conocido familiarmente como Pepe— y, a continuación, con una cadencia similar, llegaron María de la Concepción (Conchita), Antonia (Antoñita) y María del Carmen (Menchu), cinco hermanos estrechamente unidos por el amor y la amistad.

La de Joaquín fue una infancia feliz, una infancia que se desarrolló —al margen de su casa, en la calle de San Antón, número 3, principal— en un escenario integrado por el Instituto Nacional de Segunda Enseñanza —donde cursó el bachillerato—, la sede de los Exploradores de España —próxima al instituto—, el parque llamado entonces de Ruiz Hidalgo y las orillas del río Segura.

Al mismo tiempo que inició el bachillerato en el Instituto de Segunda Enseñanza, Joaquín ingresó en la Agrupación de Murcia de los Exploradores de España. Corría el mes de noviembre de 1933. Si de algo conserva un gratísimo recuerdo, al margen de su vida familiar, es de su etapa de explorador, de boy scout. El ejercicio sano y la vida andariega, los campamentos, los juegos y las destrezas del escultismo, los fuegos de campaña, las excursiones, el culto a la naturaleza, la convivencia en plena camaradería, todo esto vino a suponerle el descubrimiento de un universo cuyo impacto emocional permanecería indeleble a lo largo del tiempo.
De acuerdo con el ritual establecido por el militar inglés sir Robert Stephenson Baden-Powell —el «padre» de los boy scouts—, Joaquín tuvo también su nombre escultista: «Wukari», que significaba algo así como «lobo joven que siente y sabe sentir». Entró a formar parte de la patrulla del Reno, en calidad de «agregado». Siete meses después fue nombrado número dos de este clan, con el que asistió por primera vez al campamento anual de sierra Espuña, concentración fraternal en la que se profundizaban las lecciones de Baden-Powell para una preparación física y mental acordes con las ideas de un humanismo fraterno y sin barreras de raza, ideología, creencias o nacionalidades; espíritu que se resumía en las estrofas del himno que cantaban al izar y arriar banderas:
Seréis para ser buenos,
mejores cada día.
Con este faro o guía,
cumplid vuestro deber.
Caricia y besos
de auras y brisas,
como sonrisas de amanecer,
primero aurora, después lumbrera,
nuestra bandera tiene que ser.
Después de exaltar la igualdad que debe apreciarse entre el grande y el pequeño, de cantar el fervor con el que debe mirarse la cumbre y el abismo, y de invitar a ver la llaga del leproso a través de la caridad y el amor, la letra de ese himno remataba su perfil ejemplarizante con estos versos:
Siempre adelante, siempre adelante,
cumpliendo alegres nuestro deber;
siempre avanzando, nada hay distante,
que es humillante retroceder.
Unid las almas, juntad las vidas
al fuego santo de un solo hogar.
Las gotas de agua, si van unidas,
forman ríos que van al mar.


Miles de cosas han desaparecido de mi entorno, en el curso de una vida de acción intensa en la que también han abundado los viajes y los cambios de residencia. Innumerables reliquias de mi historia personal y de mis familiares y amigos han desaparecido, se perdieron en avatares, vuelos de avión (hay aeropuertos en donde las maletas no aparecen nunca) y otras circunstancias. Pero, curiosamente, mi libreta de boy scout se ha conservado. Aunque asomen en sus páginas las cicatrices del tiempo, todo lo que el librito tiene de filosofía, estímulo, doctrina humana y social se conserva incólume. Según aparece al dorso de la primera cubierta, mi domicilio en ese momento era el de la calle de San Antón, número 3, piso principal, en la ciudad de Murcia. Con una letra diminuta fui consignando fechas y avances en la acción escultista. En el curso 1933-1934 fui bibliotecario de la patrulla del Reno («sachenato», se decía, pues había sido investido como «sachen» o jefe responsable). Mejoré mi grado de tercera, y subí al de segunda, el 30 de septiembre de 1934, poco antes de la revolución de Asturias. Vista mi seriedad en el ejercicio de estas misiones, fueron adjudicándome más deberes: «sachenazgos» de Pluma (cronista), de Biblioteca y de Orden y Limpieza. Mi labor en el desempeño del primero mereció la concesión del diploma de Cronista, el 14 de diciembre de 1934, y el 14 de marzo de 1935 se me concedió el Grado de Primera.
Los ascensos no terminaron aquí. En el curso 1934-1935 obtuvo el diploma especial de Constructor de Refugios de Montaña. En noviembre de este último año fue distinguido con el de Maestro Panadero y, en diciembre, con el de Acampador. Más adelante, el 24 de febrero de 1936, en El Valle (Murcia), donde todavía se conserva el refugio de montaña que tantas veces fue su albergue, recibió el alto honor de ser nombrado Cronista Oficial de la Agrupación.
Mi libreta de boy scout, cuya conservación por parte de mi familia durante tantos años me resulta increíble, contiene en sus primeras páginas la bandera tricolor y el grito de «¡Viva España!», unas reproducciones de huellas para identificar en campos y bosques el paso del zorro, el conejo, el perro, la gallina, etc. Luego sigue el texto de la Ley Scout adoptada en Godollo a propuesta del fundador Baden-Powell, la Promesa del Clan del Reno y sus preceptos, el alfabeto indio, el sistema Morse, los tótems (entre ellos, el mío, con el anverso de color amarillo y el reverso de color naranja), los rumbos de la brújula, la identificación de aves por sus nidos, los gritos de la patrulla —especialmente los utilizados en fuegos de campamento o juegos nocturnos—, señales de bordón y de banderas, rastros, creación inmediata de hornos y cocinas, heridas y vendajes, señales con brazo, observación y predicción del tiempo, historia y confección de penachos, señales de humo, rutas medicinales, moral scout, orientación por el sonido y canciones escultistas. Finalmente, la libreta contiene un dactilograma y dos autógrafos de mis jefes inmediatos. Éste es uno de ellos: «De tu brazo y de tu pluma necesita nuestra tribu. Fuerte brazo el de “Wukari”, que jamás vacila en su trabajo y que con ardor y energía sabe realizar hábilmente lo material de nuestra obra. Que tu brazo fuerte maneje la pluma y que brazo y pluma, puestos al servicio de nuestra gran familia, hagan tu nombre imperecedero en el corazón de los viejos lobos y sean faro que ilumine el camino ideal de los lobos y lobeznos. Así te lo pide “Tomahawk Rojo”. 27 de febrero de 1935.»
A las pocas semanas de haberse convertido en el «Wukari» de la patrulla del Reno, Joaquín puso en marcha diversas operaciones. Entre ellas, la fundación del semanario El Eco, órgano de la Asociación de Estudiantes Católicos. Reunió a algunos colegas con afición y capacidad para escribir y nutrir las páginas del semanario, editado en multicopista y cuyos ejemplares se vendían con cierta facilidad. El éxito le animó a organizar un equipo de fútbol con el mismo nombre, El Eco, F. C., y así pudieron medir sus fuerzas y habilidades con equipos de otros colegios y academias. Cuatro años más tarde, la publicación pasó a llamarse Altavoz del Cuarto Curso, luego «del Quinto» y, finalmente, «del Sexto Curso».
Para que todo esto se entienda mejor, creo que debemos volver atrás y explicar que llevaba algún tiempo enviando crónicas, reseñas y artículos a todos los periódicos locales: La Verdad, El Liberal y Unidad. El primero era el órgano de la derecha, el segundo representaba a la izquierda moderada (los republicanos) y el tercero al partido comunista. Mis reseñas de actividades culturales, escultistas, de estudiantes y profesores, eran publicadas sólo con depositar el texto (dentro de un sobre) en un buzón del periódico. Las primeras veces que aparecieron mis artículos me quedé alelado, pero me acostumbré; de tal modo que, siempre en plan amateur, llegué a mantener cierto diálogo con las redacciones de los diarios. Mi padre, que ya se había afiliado a Izquierda Republicana, se sentía muy feliz con mis iniciativas. De no ser por su entusiasmo y apoyo, probablemente me habría orientado en una dirección más sólida que aquélla. Recuerdo que el 12 de abril de 1931 llevé a los buzones periodísticos mi artículo sobre la proclamación de la República, y que a mi padre, cuando lo vio publicado, se le pusieron los ojos acuosos y, echando mano al bolsillo del chaleco, sacó un amadeo de plata, lo puso en mi mano y me abrazó y me besó emocionado. El duro de plata no era falso, naturalmente, pero eso me importó mucho menos que la emoción de mi padre al leer aquel comentario. Lo que no podía imaginarse es que, con el cariz que irían tomando los acontecimientos, las cosas no iban a terminar felizmente.

Lo mejor de la publicación Altavoz del Quinto Curso, y «del Sexto», era que, una vez a la semana, se hacía una edición hablada; invento que Joaquín no acierta a saber cómo y por qué se le ocurrió. Profesores y alumnos se sentaban en sillones y bancos, en tanto que los «periodistas» se subían a la tarima. Ninguno de los presentes, al parecer, habían visto antes cosa semejante.
Yo, como director y editor, presentaba a un colega que hablaba acerca de la transmigración de las almas. A éste le sucedía otro que recitaba a García Lorca. El tercer participante era una muchacha que hablaba sobre la situación de la mujer en la sociedad española. Y así hasta cubrir las dos horas que solía durar el show, que yo cerraba convocando a los asistentes para una semana más tarde. En aquellos tiempos, la radio apenas existía. Una vez, alguien vino a casa a dejar un receptor de los llamados de capilla, en el que lo único que se oía era una voz anunciando fragmentos de zarzuela. Mis padres decidieron que aquello era un trasto inútil, y lo devolvieron; nada que ver con el interés con que se escuchó la radio cuando llegó la guerra, particularmente las charlas del general Queipo de Llano, emitidas desde Sevilla.
De aquella época, Joaquín recuerda a mucha gente. Entre otros, a dos estudiantes de Medicina que luego fueron doctores muy apreciados, Luis y Fernando Molina Niñirola, este último comisario local de los Exploradores de España en 1938; a Francisco Cano Pato, poeta bastante influido por García Lorca y Alberti, de quien rememora unos versos que empezaban diciendo algo así como «La cuesta tiene color de tarde mojada», imagen que, según parece, le hizo siempre mucha gracia a Joaquín; a Manuel Augusto García Viñolas, jefe de los escultistas murcianos que luego, en plena guerra civil, fundaría el Departamento Nacional de Cinematografía y, terminada la contienda, la revista Primer Plano, y que, más adelante, accedió a la dirección del noticiario No-Do; a un hermano de éste, Pío García Viñolas, escritor, crítico cinematográfico y subdirector en sus últimos años de Primer Plano, etc.
También me acuerdo del autor de un libro que se titulaba La devoción contemplativa, cosa, por cierto, muy murciana: mirar, asomarse, estar viendo la huerta, ver caer las tardes muy despacio, paseando por el malecón. Recuerdo, en efecto, a mucha gente, pero como he estado desconectado de Murcia durante mucho tiempo, no puedo precisar demasiado.
Sierra Espuña es un macizo impresionante, con bosques de pinos, enebros, olmos, chopos y alguna encina. Zona de ardillas y arrendajos, no es difícil ver allí al azor remontar su vuelo y, con suerte, el de alguna águila real. En este hermoso paraje, los escultistas de la agrupación de Murcia acostumbraban a instalar sus campamentos de verano, durante las vacaciones, el último de los cuales fue el del mes de julio de 1936. Aunque la situación política de España no tenía nada de vacacional, la patrulla del Reno, como las demás, se dispuso a disfrutar de esa nueva acampada en sierra Espuña con el espíritu de camaradería y fraternidad de siempre, ignorando la crítica situación que habría de empezar a vivir el país durante los quince días de su estancia en aquel precioso escenario.
Llegada la última jornada, tras desmontar las tiendas de campaña y dejar el campamento limpio como una patena, se inició el regreso a la ciudad, zigzagueando sierra abajo y a lo largo de senderos y atajos previamente seleccionados. Un par de horas después de haber emprendido la marcha del descenso, al enfilar un camino algo más ancho que los utilizados hasta aquel momento, alguien gritó: «¡Alto o disparo!» Nos detuvimos, asombrados. De un bosquecillo surgió un grupo de hombres armados, con barbas crecidas y gorros con las letras CNT-FAI. Tras unos primeros instantes de confusión, el diálogo aclaró las posiciones de unos y otros. Tras contarnos que había estallado la guerra, nos acompañaron sierra abajo hasta un lugar donde hallamos una casa entre los pinos y una camioneta, con la que nos condujeron a tierras habitadas. Cuando, por fin, llegamos a casa, después de varias detenciones, alertas y explicaciones, respiramos aliviados en brazos de padres y hermanos. Con todo, en lo más hondo, teníamos la impresión de haber dicho adiós a muchas cosas. Íbamos a entrar en otra vida, en una contienda terrorífica de la que muchos ni siquiera llegarían a regresar. Corrían los primeros días del mes de agosto de 1936. En sierra Espuña acabábamos de arriar nuestra bandera tricolor, cinco años después de la proclamación de la Segunda República.
A Joaquín la vida se le fue complicando poco a poco. Si su padre, para reforzar el escaso sueldo percibido por su trabajo en la Fábrica de Pólvoras, había tenido que llevar la contabilidad de algunas empresas integradas en los sectores de los agrios, pimentones y azafranes, él se vio obligado a hacer lo mismo con la correspondencia de compañías de seguros y de firmas conserveras. Testimonio escrito de uno de esos empleos es un documento fechado el 15 de febrero de 1937 en el que Antonio Albarracín Alemán, agente productor de seguros para Murcia y su provincia, certificó que «el joven Joaquín Soler Serrano, de diecisiete años de edad, natural y vecino de Murcia, con domicilio en la calle de San Antón, número 3, ha prestado sus servicios en esta casa como mecanógrafo encargado de la correspondencia y auxiliar de contabilidad, desde mayo de 1936 hasta el día de la fecha, habiéndolos desempeñado de una forma inmejorable y habiendo observado una conducta intachable». En otro certificado, extendido en este caso el 17 de marzo de 1938 por Isaac Álvarez Sánchez, secretario del Consejo de Instructores de la Agrupación de Murcia de los Exploradores de España, se dice de Joaquín, domiciliado entonces en la calle de Acisclo Díaz (Fábrica del Salitre): «Desde abril de 1937 desempeña puestos de dirección de educación de grupos de exploradores, y dirige asimismo, desde octubre del mismo año, el periódico mensual Senderos, portavoz de esta agrupación. En ambos casos y durante todo este tiempo ha demostrado una excelente asimilación de las prácticas escultistas, competencia, constancia y buena conducta, y posee los grados de Explorador de Primera Clase y diplomado.”
Para terminar os dejo una frase suya sobre el “sinsentido de la guerra”, expresada en una entrevista publicada en San Andreu Expres en marzo de 1988 concedida a Ana María Ferrin: “Años después por mi profesión, me ha tocado ver por esos mundos a otras gentes sangrando y sufriendo, y sigo creyendo que la guerra es una aberración. Bajo una serie de advocaciones maravillosas y abstractas, como son la patria y la cultura, la gente está matando y muriendo realmente y eso no tiene ningún sentido.”
Si habéis leído hasta aquí podréis observar la intensa vida scouts que vivió Joaquín y ver hasta donde llegó.
Espero que lo disfrutéis recordándolo en el mes de su nacimiento, un 19 de agosto de 1919.
Solo he incluido algunas de fotos porque no he conseguido encontrar otras vestido con el uniforme scout, si alguno de vosotros dispone de alguna le agradecería me las enviase para poder completar este sencillo recuerdo. Las podéis enviar a: amigosscoutsregionmurcia@gmail .com Gracias y Siempre Adelante.
Lechuza al acecho

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