sábado, 10 de agosto de 2019

EL PINO ABUELO, EL ALMA DE LOS PALANCARES - CUENCA


 ¡¡¡UNA PERSONA & UNA SEMILLA = UN ÁRBOL!!!

En uno de mis viajes por las Serranías de Cuenca y volviendo a visitar Las Torcas, me encontré con este gigantesco y viejo pino laricio, el más antiguo de toda esa zona, con sus más de 500 años. Emocionado lo abracé y lo fotogrfié, no en su totalidad porque era imposible dado su tamaño. Buceando por el interespacio encontre un Blog, de la Cierva Antonia, en el cual lo describía de una forma poética pero real. Me encantó ya que iba en la línea que hace ya tiempo vengo compartiendo con mis amigas y amigos del facebook y ahora lo tenéis a continuación, seguro que os hará reflexionar, además de gustaros (alguna foto es mía y otra de La Cierva).

"EL PINO ABUELO, EL ALMA DE PALANCARES
 
Este es el Abuelo de todos los pinos, pero imposible abarcar en la foto dado su tamaño.
Cuando uno descubre este ejemplar, instantáneamente se siente asombrado por su majestuosidad. En ese mismo momento comprendes la levedad del ser humano como parte de la naturaleza que nos rodea. Creemos que es un instinto primario y antiguo el que te atrae a estos seres, y cuando lo ves, sientes la necesidad urgente de tocarlo y abrazarlo. Dicen que abrazar a los árboles da buena energía y aquí podemos corroborarlo. La antigüedad del árbol cuenta muchísimo, durante el tiempo de su existencia se va impregnando constantemente de energías que lo rodean, por lo tanto cuando más viejo sea más energía positiva nos transmite al abrazarlo. El pino abuelo tiene más de 500 años.
Torca del agua, que también podréis ver y admirar si visitais al Abuelo.
No somos los únicos que creemos que estos ejemplares son maravillosos y que los celtas pensaban que cada árbol poseía un espíritu sabio y que sus rostros podían verse en la corteza de sus troncos y sus voces escucharse en el sonido de las hojas moviéndose con el viento.
Es además algo demostrado que los árboles nos ayudan a establecer contacto con el poder de la naturaleza, nos dan herramientas para sanarnos, relajarnos, fortalecernos, cargarnos de energía vital y son portadores de los mensajes de la naturaleza.
Este maravilloso superviviente es un árbol de la especie pino negral o laricio (Pinus nigra ssp. salzmannii), es la especie más abundante de esta zona, generando un hermoso y saludable pinar, pero es sin duda el ejemplar más viejo de Cuenca. 

Es también la especie de pinos de España más longeva, puede vivir más de 1000 años y la más antigua, existiendo ya hace más de 144 millones de años.
La altura del Pino Abuelo es de unos 20 metros. No es muy alto, porque esta especie puede crecer hasta los 40 metros. No es tan alto porque a cierta altura su tronco se divide en dos ramas secundarias y se abren en busca del sol. Los pinos sin ramas principales divididas crecen a más altura en busca de la luz solar y también para evitar la competencia con los pinos que tienen a su alrededor.
Esta extraña circunstancia ha hecho que el pino abuelo en su juventud no fuera apto para usarlo como madera, dónde se buscaban los pinos más uniformes posibles. Esta diferencia en su forma lo ha hecho especial y sobre todo es el gran superviviente de otros fenómenos como guerras, incendios, plagas y sobre todo a la presencia humana.

Lamentablemente el pino abuelo si ha sufrido debido a nuestra causa…cuentan que hace unos años el pino abuelo fue seleccionado para una corta regulada, un peón forestal no muy experimentado llegó a marcarlo, pero la rápida presencia del forestal evito está desgracia.
No hace tanto tiempo el perímetro de pino abuelo fue vallado para protegerlo. Pero en ese momento sucedió algo inaceptable y es que personas sin escrúpulos empezaron a firmar en su corteza. Se tomó la decisión de quitar la valla para evitar este tipo de amenazas y dejar al pino abuelo en un lugar más discreto y protegido."

Fuente: Blog de la Cierva Antonia, berreando desde el Hosquillo (Cuenca)

jueves, 18 de julio de 2019

ENTREVISTA A FRANCISCO IBÁÑEZ SOBRE SU TRABAJO Y SU VIDA DE MAESTRO DEL HUMOR. CON NUESTRO AGRADECIMIENTO


Extensa entrevista realizada a Francisco Ibáñez, por Fran B. Matute, en la cual descubrimos un montón de historias y aspectos del trabajo y vida del maestro del humor arriba citado.
Además desde este mi Blog personal quiero agradecerle a Paco el hecho de poder publicar algunas historietas de la “13 rúe del Percebe”, que nos hacen pasar unos domingos y días festivos muy divertidos. En cada una de ellas suelo hacer una pequeña introducción, a modo de divertimento, para explicar o bien criticar algunos aspectos de nuestra realidad actual.
Completo esta interesante, cercana y divertida entrevista con algunas magníficas fotos de Jorge Quiñoa.
Francisco Ibáñez: “Mi mujer sabe que estoy vivo porque escucha de vez en cuando los lápices moverse”
Francisco Ibáñez (Barcelona, 1936) no necesita presentación. Es toda una leyenda viva del tebeo en España. Creador de personajes inolvidables como Rompetechos, el Botones Sacarino o Mortadelo y Filemón, con sus historietas no solo ha enseñado a leer a varias generaciones sino que ha ido caricaturizando de forma pormenorizada el día a día de este país.
Trabajador incansable, Ibáñez lleva más de cincuenta años dibujando prácticamente a diario. Risueño y parlanchín, recuerda todavía no con poco rencor su extenuante paso por Bruguera, a la que se refiere constantemente como «la antigua editorial».
A sus ochenta años, Ibáñez tiene hechuras de niño pequeño, de anciano que se resiste a crecer y que, sobre todo, se niega a jubilarse. Y desde aquí le decimos: ¡No te mueras nunca!
Empecemos con una pregunta fácil, insustancial: ¿Qué sería de la vida sin humor?
¡Oh! Pues sencillamente no sería vida. Sería un vía crucis tremendo y espantoso, imposible de llevar. Es que no lo concibo siquiera
¿Y sin Súper Humor?
¡Pues menos todavía, claro! Sin eso, menos todavía. Además, Súper Humor es precisamente una de las colecciones mías que tiene más éxito. O sea, que yo, en mi propia vida, sin Súper Humor, el Olé y los Magos del Humor no concibo la vida en absoluto [risas].
¿Te molesta que te identifiquen como un humorista?
Es que eso de clasificar a la gente y tal… Mira, yo conozco a mucha gente que tiene una gracia espantosa, a la que se le podría llamar humorista. Gente que en las reuniones te revuelcas de risa con ellos. Sobre todo en nuestro país, que la gente tiene una gracia tremenda. Sin embargo, esa misma persona, si tratara de hacer una historieta, de traspasar su humor al papel, pues ese humor se le atascaría.
Hay gente que tiene una gracia tremenda que no se dedica al humor, y luego estamos algunos que nos dedicamos al humor pero que tenemos muy poca gracia. A veces mi mujer me dice: «Van a tener razón los que creen que eres un genio, porque aquí en casa tienes un genio que no hay quien te aguante» [risas].
¿Con qué tipo de humor te identificas?
El humor es simplemente humor, y se acabó. El humor puede abarcar temas como la vida cotidiana, la política, el deporte… incluso la guerra. A veces tratamos de no tocar en las historietas algunos temas, como las mil y una guerras que sigue habiendo hoy día por el mundo, y tratamos de no tocar esas cosas tristes porque si las tocas te puede venir uno diciendo: «¿No te da vergüenza reírte de esto y de lo otro?». Pero de la Segunda Guerra Mundial se hicieron montones de historietas, hay miles de anécdotas. Para hablar de esto a lo mejor lo que hay que hacer es dejar que la sangre se seque un poquito.
¿Cuáles serían tus humoristas favoritos?
Hombre, todos los que me han precedido. Los grandes, los que fueron grandes dentro de la historieta. Hablo de hace cincuenta o sesenta años: Peñarroya, Cifré, Conti, Escobar… Todos estos para mí han sido magníficos.
En literatura hay muchos también, pero es que yo tengo una memoria espantosa. Me acuerdo de las personas y tal, pero de los nombres luego no me acuerdo de ninguno.
¿Eres consciente de que tu obra podría estudiarse como testimonio de la España del siglo XX? Si cayera en manos de un extraterrestre se podría hacer una idea bastante cabal de lo que ha sido este país en los últimos años.
Ahora la cosa ha cambiado bastante, pero yo recuerdo en mis años mozos, cuando iba a la escuela, que los libros de texto para los niños eran una cosa espantosa, gris, llenos de letras y letras, y siempre he pensado que los niños hubieran aprendido más, no ya con mis tebeos, sino con cualquiera de los de mi época.
Yo lo veo con mis nietos: ahora los libros de los críos tienen otra vez muchos dibujitos y tal, pero siguen siendo textos para enseñar. Y yo creo que leyendo simplemente las historietas, los niños aprenderían muchísimo más. No tan solo a leer o a escribir, sino lo que es la historia de un país, lo que ha ido ocurriendo. Por ejemplo, en Mortadelo y Filemón yo no trato de hacer crítica social o política ni nada de eso, pero sí intento sacar a los personajes en un momento dado, para que se vea que son de actualidad, que el lector pueda cogerlo y pueda decir: «Mira, este es este, y a este lo estoy viendo por la tele, y esto lo he oído por la radio». Para que se vea que el Mortadelo es una cosa que está viva, simplemente.
Cuando sale en las viñetas un político o algún tipo conocido, es como si uno cogiera una lechuguita fresca del huerto y la rompiera. ¡Está viva! Y claro, como no son solo personajes, sino que también son hechos y situaciones, pues quizás se aprenda más de la historia de un país leyendo historietas que no con esos monótonos tochos de historia tan espantosos.
Te lo habrán dicho ya un millón de veces, pero has enseñado a leer a varias generaciones. ¿No estaríamos mejor si tus tebeos fueran lectura obligatoria en los institutos?
Los niños siempre les han tenido un miedo tremendo a esos bichitos negros pequeños que se llaman letras. Partiendo de ahí, como en la historieta, en los bocadillos, hay poco texto y va acompañado de dibujitos, que para los niños resulta más amable, pues los niños aprenden más así. Se pasa mejor ese bichito negro que es la letra que con los textos esos monstruosos que había en mi época.
Y luego incluso aprenderían a perfeccionar la forma de hablar. Yo tengo mucho cuidado con el asunto de las palabras. A mí me joroba mucho en una misma página utilizar dos veces la misma palabra. Eso me pone malo. Entonces siempre procuro buscar cosas que ofrezcan la misma idea. A veces hasta llego a coger el diccionario de los sinónimos, cuando falla la memoria, y últimamente me falla muchísimo [risas]…
Gracias a ti yo conocí el significado de la palabra «veleidad», que no es una palabra muy común para un tebeo.
Pues eso [risas]. A veces le echo más tiempo a un bocadillo de esos con cuatro o cinco palabras que a dibujar la viñeta entera. Y todo eso enriquece a los críos, esa variedad tremenda de palabras…
De todas formas, a mí lo que me gustaría es que, igual que mis tebeos se publican por aquí por Europa, también se publicaran en China. Y entonces tendría tres mil millones de clientes potenciales. Yo me comprometo a coger todas las historietas y achinarles los ojos a los personajes con tal de que lo podamos vender allí, que sería una maravilla [risas].
Hasta ahora he estado utilizando la palabra «tebeo» de forma muy consciente porque no sé si eres de los que se escandaliza ante la palabra «cómic».
Sí, a mí es que «cómic» es una palabra que nunca me ha gustado. Para mí siempre ha sido el tebeo o la historieta. Al principio, cuando empezó a utilizarse esa palabra pensé que la gente lo iba a confundir con la historieta cómica. Para mí ha sido siempre el tebeo y la historieta.
¿Los niños siguen leyéndote o tu público es ahora más adulto?
Ha cambiado bastante, sí. Yo puedo pulsar cuál es mi público lector por la cantidad de veces al año que hago firmas de ejemplares, a lo largo y ancho del país, y así llevo ya más de cuarenta años. Bueno, mis personajes tienen algunos más de sesenta años, o están a punto de llegar. Pero me refiero a que hace cuarenta y pico de años que estoy tratando con mi público, y al principio este era eminentemente infantil. Venían muchos niños a que les firmara cosillas y tal.
Pero poco a poco, casi sin percatarte de ello, ves que el público va cambiando: empiezas a ver menos niños y más adultos, y más adultos Y ya empieza uno a quedarse rayado, extrañado, porque a veces me encuentro con profesionales, qué sé yo, un médico o un arquitecto, que me dicen: «Mira, yo cuando llego a casa con todos mis problemas y todas esas cosas, me meto en la cama, cojo un librito de los tuyos, y, oye, me lo paso bomba. Me río a carcajadas, y me duermo tan feliz y contento». Cuando me dicen que se duermen, otras veces he pensado que mis tebeos se podrían vender en la farmacia, metidos en cápsulas y tal… [risas].
Cuando se iniciaron estas cosas del Mortadelo, los niños prácticamente no tenían nada más, tenían muy pocas cosas entonces. Ahora los niños tienen… yo veo a mis nietos y ¡madre de Dios! Sobre todo con esas cosas de las tabletas. Y entonces tienen la ventaja de que ellos casi se fabrican sus propias historietas, y aquello que te comentaba antes, del odio que le tienen los niños a esos bichitos negros que son las letras, no es chiste, porque lo que tienen ahora los niños casi deja de ser texto, se convierte en audio. Lo están oyendo, no necesitan leerlo. Entonces ellos mismos se fabrican sus historias, hacen mover a sus propios personajes.
La tableta te permite darles el sonido, la voz de los personajes, y eso es miel sobre hojuelas. Entonces los niños de ahora no me leen tanto. Hombre, tengo a mis nietos, que como soy yo el que hace las historietas vienen por casa y me cogen mis cosas. Solo me faltaría eso, que mis propios nietos me dijeran que no… [risas]. Pero en general, los niños de ahora se decantan más por eso de las tabletas y por la televisión, que tienen ahora mil y un programas infantiles, con peliculitas de esas de dibujos animados, y están más por eso que por la historieta.
¿Y no crees que también puede influir que algunos de tus tebeos se hayan quedado un poco obsoletos? Estoy pensando, por ejemplo, en el Botones Sacarino, o en determinados personajes o situaciones de 13, Rue del Percebe.
Sí, pero no importa. Cuando estaba en la antigua editorial, las viñetas se hacían pensando ante todo en la parte comercial. Ahí no había vuelta de hoja. Entonces, el que hacía la historieta pensaba en una que tuviera la mayor aceptación posible, y que tuviera casi dos lecturas: una para el niño, que eran los gags y tal; y otra para el adulto, que tuviera alguna conexión con lo que te decía antes, que aunque no fuera crítica social ni nada de eso, reflejara lo que estaba ocurriendo en el mundo.
Entonces a los adultos les hace gracia porque ven personajes inmersos en su propia vida, y a los niños les gustan los golpes y los porrazos, esos gags que son como ir al circo a ver a los payasos. Y así, todo el mundo contento, y la cosa se vende más, sencillamente.
Pero el 13, Rue del Percebe sí que lo llegaste a adaptar al siglo XXI en un especial en 2002
Es que eso de clasificar a la gente y tal… Mira, yo conozco a mucha gente que tiene una gracia espantosa, a la que se le podría llamar humorista. Gente que en las reuniones te revuelcas de risa con ellos. Sobre todo en nuestro país, que la gente tiene una gracia tremenda. Sin embargo, esa misma persona, si tratara de hacer una historieta, de traspasar su humor al papel, pues ese humor se le atascaría.
Hay gente que tiene una gracia tremenda que no se dedica al humor, y luego estamos algunos que nos dedicamos al humor pero que tenemos muy poca gracia. A veces mi mujer me dice: «Van a tener razón los que creen que eres un genio, porque aquí en casa tienes un genio que no hay quien te aguante» [risas].
Estas páginas tenían un trabajo inmenso. No se aprecia porque son las mismas caras, metidas en los mismos dibujitos de las casas, y gráficamente puede que tuvieran menos complejidad que otras páginas. Pero, amigo, en una página corriente con dos o tres gags te la terminabas, y el 13, Rue, con cada pisito que eran trece o catorce gags nuevos, cada semana, y encima metido siempre en el mismo sitio… Porque al menos en una página corriente pueden ocurrir las escenas en la ciudad, en el campo, pero yo no podía salir de allí, de su pisito, y aquello era tremendo. Cuando iba por la página cincuenta me decía «¡¿Qué pongo ahora?!». Pero bueno, cuando ves que la gente responde, que a la gente le gusta lo que haces, pues te rompes la cabeza y procuras que la cosa quede bien.
Ahora cambiaría los personajes, ahora serían distintos. En vez de tener a unos alquilados, porque eso no lo habrás conocido tú, que eres muy joven, pero en mi época de niño las casas estaban llenas de alquilados, pues ahora serían «okupas». No habría portería. En vez del colmado, estaría una gran superficie. Muchas cosas cambiarían.
El ascensor de cuerda.
Exactamente. Y en vez de un veterinario, sería un médico de la Seguridad Social y tendría a los bichos así, en espera, con plazos de seis meses y tal [risas]. Pero la esencia del 13, Rue seguiría siendo la misma.
Hablando de 13, Rue del Percebe, gracias al integral que se acaba de publicar he podido recordar las peripecias del inquilino de arriba para no pagar el alquiler. ¿No crees que ese personaje roza lo políticamente incorrecto, con lo tenso que está ahora mismo el tema de los desahucios?
Sí, ese también lo cambiaría. Ya no sería uno que no quiere pagar, sino uno que no puede. Y fuera estarían los empleados del banco, intentando el desahucio…
Sí, ese también lo cambiaría. Ya no sería uno que no quiere pagar, sino uno que no puede. Y fuera estarían los empleados del banco, intentando el desahucio…
Otro personaje tuyo, Rompetechos, también fue acusado en su día de ser políticamente incorrecto. Cuéntanos qué pasó.
Hay alguien que escribió a la antigua editorial quejándose de cómo podía estar yo mofándome de un defecto personal, y yo le dije que contestaran que es que, en este caso, el autor estaba en la misma situación que el personaje, que si se quita las gafas…
Porque, ¿cuántas dioptrías tienes?
Todas [risas]. Absolutamente todas.
Se hacen chistes de cojos, de mudos, y tal, y en ningún caso van por el lado de la burla, sino por la parte de la gracia que pueda llegar a tener la cosa.
Para mí es que Rompetechos ha sido el mejor. Es mi personaje favorito. Es de los más bonitos. Por varias cosas: en primer lugar, no por el propio parecido, o las gafas, o el cráneo pelado, que eso les pasa a todos mis personajes, sino porque este era uno solo. Cada historieta, cada página, era un único personaje corriendo, haciendo sus cosas, cuando en el resto de mis historietas iban siempre por parejas o tríos: como Pepe Gotera y Otilio; Mortadelo y Filemón; Chicha, Tato y Clodoveo, de profesión sin empleo, que estarían ahora muy en boga, la verdad. Y, en cambio, Rompetechos es uno solo y chiquitajo, con lo cual cundía mucho.
A mí me encantaba, pero ocurría que, al contrario de los demás personajes, que se han explotado fuera de nuestro país, Rompetechos no podía explotarse porque como los gags se basaban en la miopía del personaje, en las confusiones que tenía con los letreros, aquello no había quien lo tradujese. Era imposible hacerlo. Pero me daba igual. Aquí se ha disfrutado mucho de Rompetechos y con eso tengo bastante.
¿Cuáles son los límites del humor?, ¿o el humor no tiene límites?
Yo creo que no tiene límites. Los límites están dentro de uno mismo. Uno sabe cuándo tiene que decir: «No me voy a reír de esto, no voy a hacer mofa y escarnio de una persona que lo está pasando muy mal». Pero no hay que buscarle más límites. Una persona inteligente sabe hasta dónde puede llegar. Pero no hay que poner límites. ¿Qué límites se pueden poner? Es imposible completamente. Va dentro de cada uno: la vergüenza, la dignidad… Va dentro de cada uno.
Lo cierto es que tú nunca has sido un historietista muy polémico, pero algunos encontronazos con la censura sí has tenido. Pienso en aquel científico del 13, Rue del Percebe.
Sí, sí, claro. Estas cosas las tengo todas contadas. El científico ese, por ejemplo, estuvo saliendo, no sé, meses y meses. Era un tío que hacía sus monstruitos, y la coña era que a un monstruito le había puesto, no sé, el cerebro de un gato, o de un caracol, cualquier tontería de esas. Hasta que un día vino tachado por censura, y yo pensé que se trataba de un error. Pregunté que qué ocurría con eso, y llegó una carta oficial que decía: «Este autor se permite crear a un personaje que es capaz de crear seres humanos cuando la creación del ser humano es tan solo obra del Sumo Hacedor» [risas].
Pero me hicieron un favor, porque era uno de esos personajes con los que estaba todo el rato: «¿Ahora qué pongo aquí?». Así que estuve un tiempo con el piso ese vacío, y la portera lo enseñaba para alquilarlo y la coña era que decía: «Piso con vistas al mar», y en la pared había una foto de la playa… Y cuando también me cansé de la portera puse a un sastre, y así me permitía seguir haciendo cambios. O sea, que los de la censura en el fondo me hicieron un favor.
Pero a veces se han metido en cosas tremendas. Me acuerdo de una vez que hacía una sección en una revistilla de la antigua editorial que se llamaba «La historia vista por Hollywood». Esa sección la inició el famoso Vázquez, que tenía una gracia tremenda pero lo que le pasaba es que no tenía ganas de trabajar, y cuando ya llevaba hechas, no sé, quince o veinte páginas, lo dejó y un día me dijeron: «Ibáñez, si usted pudiera continuarlo…». Y dije, bueno, vamos a seguirlo. Y allí salían siempre los mismos personajes. Y uno de ellos era la Moby Dick, la ballena. Y en una de las viñetas que yo hice se veía a la Moby Dick en su cueva submarina rodeada de calamarcitos, y al lado el balleno, que la miraba con mala cara y tal, y por fuera de la cueva se veía pasar a un calamar gigante. Y llegó una carta diciendo que cómo se permitía a este colaborador en una revista infantil tratar el tema del adulterio. Y claro, yo decía: «¡Pero que son ballenas!» [risas].
En el 13 Rue del Percebe se pueden ver algunas cosas de estas, que están corregidas, que no están hechas por mí: hay una viñeta en la que sale un personaje así como asustado, y me quitaron lo que había enfrente de él, lo que lo asustaba, que era simplemente un demonio. Y me dijeron: «Hombre, el demonio. Estas cosas…». Pero eran tontadas así.
Eso ocurrió en tiempos de Franco, y, en fin. Lo malo es que hace no mucho viviste un episodio cercano a la censura con «El tesorero».
Sí, algo hubo, de que no lo quisieron anunciar en televisión y tal, pero yo no estuve muy al tanto, la verdad. Lo que ocurre es que al final te terminan haciendo un favor, porque así se aumentan las ventas. Así que no hay que decir nada. Al contrario, hay que agradecérselo. Habría que decirles incuso que hicieran siempre algo de eso cada vez que saliera un tebeo mío, porque con esas tontadas se llama más la atención [risas].
¿En qué momento empezaste a reflejar en los tebeos la triste realidad de España? Porque esa no ha sido una tónica habitual en tus historietas.
Es que antes las historietas iban en una sola página, la cual era un gag o un chiste, o un sketch, o como lo quieras llamar. Se planteaba el gag, en la siguiente viñeta lo ibas desarrollando, y la última viñeta era la resolución de aquella, la sorpresa final. Entonces, si eso tenía cierta gracia, bien. Si no, entonces me decía: «Me he tragado al final toda la página para esta tontada». Y durante un tiempo esa fue la tónica de mis historietas, que del principio al final era una cosa cordial, en la que en la última viñeta salía un personaje persiguiendo al otro. Y en fin, eso estaba bien, pero a la larga pensé que eso iba a cansar a la gente, así que comencé a cambiar el formato poco a poco, metiendo cosas más cotidianas, alejadas del típico héroe cachas que va por ahí solucionando los problemas del mundo. «Esto de los superhéroes está ya pasado de moda», me decía. Y decidí que el héroe de hoy día era un tío achaparrado, que está en cualquier oficina del Gobierno. Ese es el héroe de hoy día. Y los temas, pues que sean los temas que preocupan a la gente de la calle. Yo no voy a dar la solución a algo que es imposible, pero simplemente con que aparezcan la gente se siente identificada y le gustan más esas historias.
Entonces empecé a sacar cosas así, a meter personajes actuales, como cuando vino aquello de la profusión del ordenador, que hice «El ordenador, qué horror», que es algo que no he entendido nunca. O cuando subió el precio de la gasolina, o cuando bajaron los sueldos. Y aquellos temas se tocaban en las historias, pero seguía habiendo mil gags. Y para los niños, y para los adultos también, eso es como ir al circo a ver al Clown Blanco y a Augusto, que salían imitando como que se pegaban tortas, y con eso todos los niños se reían, y a mí se me ocurrían mil cosas así, que parecen de una violencia inusitada, pero no es verdad.
Eso también me lo han comentado, que si Mortadelo y Filemón son violentísimos… Pero, ¡por favor! Si cuando Mortadelo se cae del Everest o del Empire State, y luego le pasa un mercancías por encima, a la viñeta siguiente está tan feliz, diciendo: «Coño, qué golpe más tonto me he pegado» [risas]. Es que no tiene ni pies ni cabeza. Los niños se ríen, no les influye. Son todas esas cosas las que gustan y yo he ido poniéndolas al día, y la cosa funciona. Cuando ves que el público te responde, sigues; y si no, pues te buscas nuevos temas. Aunque a estas alturas ya no voy a buscar nuevos temas, que demasiado tengo encima. Pero quiero decir que no me importaría tener que cambiar y adaptar a Mortadelo y Filemón a los nuevos tiempos, aunque lo cierto es que yo creo que los tiempos no han cambiado gran cosa.
¿Son los políticos los nuevos «magos del humor»?
Nos hacen la competencia desleal. A veces los escuchas y te pones más a reír que a otra cosa.
Dice mi amigo el escritor Daniel Ruiz García que los políticos le van a terminar quitando el pan a los escritores de novela negra, porque esas tramas tan rocambolescas que salen a la luz de vez en cuando son luego muy difíciles de superar en la ficción.
¡Totalmente! [risas]. Los oyes, y dices: «Pero ¿qué dices, tío?». Yo es que ya ni les echo cuenta…
¿Te ha pasado alguna vez que la realidad se ha impuesto a tus historietas?
Sí, eso me ha ocurrido. Una vez empecé a recibir un montón de cartas cuando ocurrió aquello de Nueva York con las torres por una portada que había hecho hacía mucho tiempo.
Las portadas es que permiten hacer una cosa que a la gente le gusta mucho, que son esos detallitos de segunda y tercera fila en los que uno puede poner a un cocodrilo que le dice a la cocodrila: «Me encanta tu boquita de piñón». Y esas cosas tienen su gracia. O bien sale la viejecita con su Kawasaki, «brooom, broom», haciendo caballitos. Y una vez dibujé una torre de esas de Nueva York con un avión ahí empotrado, y el comentario no me acuerdo bien cuál era, pero era en plan: «¡Te dije que fueras al oculista!». Y aquel avión es que estaba a la misma altura que cuando ocurrió lo de las Torres Gemelas. Exactamente lo mismo, como si fuera la misma torre. El avión se había metido de la misma forma. Bueno, ¡la de cartas que me llegaron! Que si tú adivinas el porvenir, que dime la combinación de la Primitiva para la semana que viene [risas]. Que si este tío está promoviendo el terrorismo… [risas]. Por desgracia, ocurrió lo mismo que lo que yo había dibujado allí. Por desgracia.
Hablando de realidades que se imponen, ¿de qué vive Rompetechos? Porque es el único personaje tuyo que no trabaja en nada.
Todo esto es que queda así en el aire, y el público lo acepta. Hay gags que requieren que se sepa que el personaje vive aquí o allá, y entonces eso se muestra y así se salva el gag. Mortadelo y Filemón han vivido en pensiones, cada uno en su casa, han estado que nadie sabía dónde vivían… Ahora, últimamente, viven en una pensión que se llama El Calvario, por aquello de hacer una similitud del calvario con la calva de los personajes. Y si dentro de cuatro días interesa que vivan debajo de un puente, pues los metemos allí, y no pasa nada.
Rompetechos será tu personaje favorito, el que más se parece a ti, pero en eso de trabajar no se parece en nada, porque tú llevas sin parar más de cincuenta años.
En eso sí que no se parece a mí. Es lo único.
¿Qué otros personajes tuyos tienen cosas de ti?
Se acostumbra a decir que los personajes suelen ser un fiel reflejo del autor, pero en mi caso no. Mis personajes se mueven por todas partes, recorren el mundo entero, y yo, debido precisamente a la profesión, he sido siempre como uno de esos trapenses que hacen voto de silencio… Mi mujer sabe que estoy vivo porque escucha de vez en cuando los lápices moverse y tal. Porque la vida nuestra ha sido siempre muy de «quietecitos»: de la cama a la silla, de la silla al comedor, para comer; y vuelta a la silla, al trabajo. Yo he llegado a tener jornadas de trabajo, no exagero, de veinticuatro horas. Y cuando llegaba la hora veinticuatro ponía la hora de Canarias para tener una más. Lo mío con el trabajo en casa ha sido una cosa espectacular.
¿No te ha llegado nunca ninguna queja por un personaje como Ofelia?
No, yo creo que es un personaje que siempre ha gustado mucho. Siempre hay gente que se queja, claro. Una vez se me quejó una mujer por una de las cosas más peregrinas del mundo. Era un álbum en el que salía el quinto centenario de la conquista de América. Fue un álbum que quedó muy bien. Hablaban en castellano antiguo, Mortadelo estaba convertido en Cristóbal Colón. Y en la carabela había un incendio en un momento dado. Salía también el Rompetechos, que algo hacía, no recuerdo, pero que provocaba el incendio y la carabela ardía, y ardía también la ropa de la gente. Y en un momento dado se veía a Mortadelo de espaldas, con el culillo al aire. Imagínate lo que es el culillo de Mortadelo. Pues me llegó una carta de una señora que decía que, por culpa de aquel personaje pornográfico, ¡ya no podía besar a sus hijos! Yo le dije a la editorial que le preguntara si es que sus hijos no sabían que tenían culo, o si no se les había explicado lo que es. Tontadas de estas he tenido a miles.
¿Cómo construyes tus historietas, cómo las trabajas? Explícanos un poco tu proceso creativo.
¡Bah! No tiene nada de particular. Pondré como semejanza lo que hace un músico: un músico coge su papel pautado, imagina su melodía; empieza a escribir las notas en aquellas líneas: «Do, re, mi, fa», hasta que más o menos completa lo que es la melodía. Cuando la tiene ahí escrita, coge el instrumento, que es la trompeta o lo que sea, y se pone a interpretar aquello. Pues lo mío es exactamente lo mismo.
Primero cojo el papel. Un libro cualquiera, un bloc cualquiera. Primero selecciono a mis personajes, luego un tema general. A ese tema le busco cosas que tengan gracia, gags o sketches. Los desarrollo en el papel, hasta que tengo dos o tres páginas llenas. Y entonces cojo el instrumento, que en vez de ser la trompeta es el lápiz, y con el lápiz voy interpretando lo que había escrito en el papel, y ya está.
No se puede ir directamente al papel sin un guion previo. Quien lo ha hecho se ha encontrado muchas veces con que sus dos últimas viñetas están llenas de texto porque ya no le daba tiempo a contar lo que quería, y ha tenido que desarrollarlo todo al final, para explicar la historia; o bien al revés, que la historia se le haya acabado en mitad de la página y en las demás viñetas ha tenido que poner «Hola», «¿Qué tal?», «Ahora vengo»… [risas]. Así que lo mejor es articularlo primero en un papel aparte, hasta que quede bien bonito para el público, y entonces ya se pone uno a dibujar.
¿Alguna vez te has arrepentido de dejar el Banco Español de Crédito para dedicarte a dibujar profesionalmente?
Mira, yo es que hubiera sido un desgraciado allí en el banco. Me hubiera llegado la jubilación, me hubiera tenido que marchar de allí, y ahora estaría todo el día levantándome a las tantas, yéndome tranquilamente a desayunar, y… qué vida más tonta, ¿no? [risas].
Ahora estoy levantándome a las siete de la mañana, trabajo como un burro, y estoy satisfechísimo, mire usted.
¿Ni siquiera en los años locos en Bruguera?
No, no. Afortunadamente, lo que yo he hecho ha interesado bastante, incluso cuando yo he dibujado algo malamente, y me venía un editor a decirme no sé qué. Pero no, nunca ha habido problemas con esto.
¿Cómo fuiste capaz de dar abasto en esos años, en los que tenías que dibujar hasta cuarenta páginas semanales?
Cuarenta no, pero veinte sí que he llegado a hacer. En la profesión nuestra lo normal es hacer cinco o seis páginas por semana. Quien quiera trabajar, ¿eh? Hacer diez ya es una heroicidad; y hacer quince es una locura, algo imposible. Pero yo hacía hasta veinte, así que imagínate. Ni fines de semana, ni vacaciones, ni nada. Tablero, tablero, y tablero
En 1984 tuviste un pinzamiento cervical y durante un tiempo no pudiste entregar las páginas acordadas. ¿Fue real o fue una forma de protesta? 
No, no, no. Real, real. Me lo dijo el traumatólogo, pero va con la profesión, sencillamente, porque pasas un montón de horas sentado. Llegué a ir al gimnasio, para hacer algo de ejercicio, pero el médico me dijo: «Muévete. Déjate de gimnasios. Anda o nada, o lo que sea». Y me dio por la natación. Entonces yo, reumático perdido, me metía allí, me tiraba al agua de esas piscinas que hay con el agua medio templada, y cada día hacía cuarenta largos. Calculaba un kilometrito. Y cuando ya piensas que eres Johnny Weissmüller, un buen día te fijas en la cinta de al lado y una chiquita con doce o trece años hace cuatro largos en el tiempo que tú has tardado en hacer uno [risas].
Y después es que es aburridísimo. Como no sea el tenis o el ping-pong, por ejemplo, deportes en los que compites con alguien que te diga: «¡Te he cogido, te he ganado!» [risas]… Tú solo es lo más aburrido del mundo. Y al final me dijeron, mira, con que camines un poco tienes más que suficiente. Y eso hago: un día cojo una calle, otro día otra. En fin, lo que es moverse un poco para evitar la oxidación completa.
Con todo, no siempre has trabajado solo, ¿verdad?
Bueno, a ver, el trabajo este es que tiene dos fases: una cosa es la creación y otra cosa es la composición, el tratamiento, el entintado. Entonces, a veces, cuando he tenido el trabajo ese tremendo, en el pase a tinta sí he recurrido a gente que dibuja la mar de bien pero que son totalmente incapaces de crear nada. Una vez que tienes ya el guion, que para mí es lo principal de la historieta, lo desarrollas, haces las cosas a lápiz, dejas la cosa muy determinada, y se lo dejas a uno de estos chicos que te lo terminan. Y ya está, se acabó.
Uno de ellos era Juan Manuel Muñoz.
Sí, claro. Ha trabajado conmigo. Ha entintado muchas páginas mías, y continúa haciéndolo.
Pero, por ejemplo, las portadas siempre las he terminado yo, porque es el dibujo más grande y porque se nota cuando le ha metido mano el autor. Eso se nota mucho.
Tras tu ruptura con Bruguera siguieron saliendo al mercado muchos tebeos con tus creaciones. ¿Qué sentías al ver a tus personajes dibujados por otra persona?
Eso sí que joroba. Pero ¿qué ibas a hacer? No podías luchar, era imposible, tal y como estaban las cosas. Alguien ya lo había intentado. El propio Víctor Mora con El Capitán Trueno lo había intentado alguna vez, pero no había forma de aclararse. Y esa fue una de esas cosas que tenías que aguantar, que soportarla. A veces pensaba: «Mira, a última hora no será ni un juez ni un editor, sino que será el público el que va a dar o quitar la razón». Porque dirá: «Esto me gusta, esto no». Y si este tío hace una cosa que me gusta, pues yo lo seguiré; y si no, pues que se vaya a hacer puñetas.
Y ocurrió, en más de una ocasión. Con la antigua editorial dibujé un anuncio para una bebida espumosa, también hice uno de un pegamento que gustaba mucho a la gente, y cuando lo dejé de hacer, ese anuncio duró dos semanas.
Los niños de entonces se daban cuenta de que algo raro pasaba: hablaban del Mortadelo bueno y del Mortadelo malo.
Sí, sí. Totalmente. Claro, como en la otra editorial había esa idea equivocada, hasta cierto punto, de producir, producir y producir… Y yo recuerdo decirle al antiguo director: «Pero, mire usted, aquí sale este personaje con un traje azul, y en la siguiente viñeta el traje es colorado, y en la tercera tiene lunares, y aquí pasa lo otro». Y me decían: «Usted a crear, a crear. Ya nos ocupamos nosotros de todo esto. Aquí lo que hay que hacer es vender, vender. Y se acabó. Y para vender hay que hacer miles de páginas, y si en miles de páginas hay errores, pues qué le vamos a hacer».
En los últimos años han salido a la palestra algunos de estos dibujantes que te suplantaron. ¿Has llegado a conocer a algunos?
No sé. Personajes míos los han hecho varios dibujantes. Y bueno, si la editorial les dice: «Este tío se ha marchado y ahora tienes que dibujar a este personaje», pues lo tienes que hacer, porque tienes que comer. Y lo hacían, y no pasa nada. Ya está.
De hecho recuerdo, hace muchos años, antes de estar en el gigante editorial, que trabajé para una editorial que se llamó Marco que sacaba una revista que se llamaba La Risa. Y allí conocí a un gran dibujante, a un gran historietista que se llamaba Emilio Boix, que marchó a Venezuela. Este hacía muchas colecciones. Era uno que tenía mucha fama entre los niños. Hizo Hipo, Monito y Fifí, un dibujo muy para los niños y tal. Y me acuerdo de que los jefes de aquella editorial me dijeron: «Ibáñez, este tío se nos ha marchado, si pudieras tú seguir…». Y donde hay patrón no manda marinero. Y se acabó.
¿Cómo recuperaste la autoría de tus personajes?
Después de romper con la antigua editorial y de estar un tiempo con eso que hice para la revista Guay, con esos personajes como Chicha, Tato y Clodoveo, todo lo que tenía la antigua editorial pasó a ser propiedad del Banco Industrial de no sé qué, todo en bloque. Y aquello lo compró Ediciones B, y sencillamente hicimos lo que se tenía que haber hecho desde el principio. En vez de estar con el tira y afloja, nos sentamos a la mesa y: «Oye, vamos a hacer esto, a ver qué te parece: los personajes son tuyos, todas las ilustraciones, todos los originales son tuyos». Esta es otra cosa: que los antiguos editores se quedaban con los originales y tú no veías nada. Ahora no, ahora te compran el derecho a publicarlos, y los originales son tuyos. Y se llegó a un acuerdo, se firmó, y se acabó todo.
El dibujante no quiere sus títulos ahí en propiedad para tenerlos colgados en la pared, y decir: «Mira qué bonito esto». Los quiere para venderlos, para trabajar, para vivir. No es otra cosa lo que se persigue. Así que se llegó a ese acuerdo, y ya no hubo problemas.
¿Es cierto que pediste en ese acuerdo que eliminaran las historietas de tus personajes que tú no habías dibujado?
Sí, sí. Es que eran muchas. A partir de un momento dado, la antigua editorial continúo sacando cosas y sacando cosas, pero no solo mías, sino de mil dibujantes que habían estado con ellos. Y no lo dije porque tuviera nada en contra de los dibujantes que habían seguido, porque como te decía antes, ellos eran profesionales y no les quedaba más remedio que hacerlo, sino que como no los había hecho yo pues se notaba que no estaba la mano mía ahí. Podría ser igual, mejor o peor, pero es distinto completamente, y por tanto pedí que se eliminaran. Alguno habrá quedado vivo, pero bueno, ya…
Sin duda Mortadelo y Filemón ha sido tu serie más exitosa, incluso a nivel internacional. ¿Crees que fuera de España entienden a Mortadelo y Filemón igual que aquí?
Con esto tuve yo una discusión con la antigua editorial. Yo les decía: «Oye, igual que vais por ahí y compráis cosas de fuera, ¿por qué no vais a esas ferias de Frankfurt e intentáis vender algún Mortadelo para que me gane yo unas perrillas?». Y ellos me decían: «No, no. Esto no lo entienden. El humor de aquí de España no es el mismo que el de Alemania o el de Dinamarca. No tiene nada que ver.» Y yo les decía: «Oiga, pero yo eso no lo entiendo», porque a mí me ha gustado siempre mucho lo que le llamaban el celuloide rancio: aquellas peliculitas de Jaimito, de Harold Lloyd, del propio Charlot. A mí eso me gustaba mucho. Las películas que se hacían en Estados Unidos han gustado siempre mucho aquí, y han gustado en Italia. Pues esto es lo mismo. Y al final lo intentaron, y bueno, se vendieron a montones. Sobre todo en Alemania.
Alemania fue el primero, y luego fue Holanda. Ahora no me acuerdo bien, no sé en cuántos países más. En cada sitio se publicaban con un nombre distinto. A mí lo que me hacía más gracia eran los nombres que les ponían a los personajes por ahí fuera: en Italia le llamaban Mortadella e Filemone, y los amariconaron un poco [risas]. En Francia también se publicaron algunos, y allí sí se llamaron igual, pero los alemanes le pusieron Clever and Smart. Y luego estaban los de arriba del todo, los de los países nórdicos, o los griegos, que tenían como catorce consonantes con un par de vocales en medio, que solo leer aquello ya te daba grima [risas].
Y luego ya se acabó. Ahora ya no, ahora ya ha bajado la cosa, eso ha desaparecido. Pero entonces, les dije a los de la antigua editorial: «No es que sean españoles ni chinos, es que esto es algo que gusta o no gusta». El humor es humor, sencillamente. Y salió, salió muy bien. Excepto el Rompetechos, por lo que te decía antes, el resto de personajes salieron todos.
Siempre has reconocido tu deuda con el cómic franco-belga.
Sí, a mí me ha gustado siempre mucho. Al «dire» de la antigua editorial también le gustaban mucho, y como siempre quería tener esa producción tremenda, cuando yo le decía que ya no podía más, me decía: «Pero fíjese en esto que hacen los franceses, y saque de ahí lo que pueda». A mí me gustan muchos autores franceses. Estaba Franquin, que me gustaba horrores y al que le había copiado un montón. El Peyo, que hacía este, cómo se llamaba, lo que aquí se llamaron Los Pitufos. Eran autores que a mí me gustaban horrores.
Y bueno, Sacarino es Spirou.
Exactamente, sí. El Sacarino es un personaje que recuerda mucho al de Franquin. A mí me gustaba mucho aquella gente. Pero todo aquello ya desapareció. Ha pasado como con lo nuestro. Los grandes genios, a los que yo admiraba siempre: el Cifré, Peña, Conti… estos ya han desaparecido. Qué vamos a hacerle.
¿Cuáles fueron tus maestros en el mundo del cómic?
Siempre he dicho que yo soy un historietista, pero nunca me he considerado un dibujante. El asunto del guion siempre se me ha dado bien: eso de buscar temas, gags. En cambio el dibujo… Dentro del dibujo cómico estaba el Raf, Martz Schmidt, que es un dibujante que es maravilloso, y a mí se me caía la baba siempre que veía a uno de estos. Si yo supiera hacer lo que hace esta gente… O sea, que nunca he sido un «chupas» dibujando. En cambio, siempre se me ha dado bien el asunto del guion, que para mí es la parte principal de la historieta.
Ahora los jovencitos, cuando cogen una historieta, le dan mucha importancia a la figura, pero lo importante es lo otro. Puede haber una figura muy rococó, o haber un viñeta que pueda incluso colgarse en El Prado o en la National Gallery, y que no desmerezcan nada de lo que hay alrededor, pero si no tienes algo, un guion que tenga un interés, estás condenado al fracaso. Por eso siempre he procurado que el guion sea lo principal, que tenga gracia. Y luego que quede acompañado por un dibujo que dentro de lo que yo sé hacer, que es algo amable, quede más o menos bien.
Recomiéndanos un tebeo.
¡Ya no existen! Esta es otra de las espinas mías. Cuando salía a la calle de pequeño y miraba los quioscos, y veía aquellas cantidades de colecciones que había, sobre todo de dibujo realista: que si El Capitán Tormenta, El Capitán Relámpago, El Capitán Trueno… Todos los fenómenos atmosféricos tenían su capitán [risas]. Y es que ahora miras y dices: «Coño, ¿dónde están todas esas colecciones?». Ya no queda absolutamente nada de entonces. Estaba el Pulgarcito, el Can Can, el TDT… yo qué sé, mil y una. Y todas han desaparecido.
Bueno, ha quedado otro compañero mío, muy buen dibujante también: Jan, el que hace Superlópez, que es magnífico. Pues hemos quedado nosotros dos nada más, prácticamente. Y alguna reedición que se ha hecho de Escobar, del Zipi y Zape; de El Capitán Trueno, que se reeditan muchas cosas porque a la gente le gusta muchísimo.
Los cómics de superhéroes, ¿te gustan?
No, pero es por lo que te decía antes, porque es siempre lo mismo. El tío cachas… eso ya no es chiste, por Dios. Eso está ya olvidado. Hubo un tiempo que sí, que gustaba. Yo, como todos los críos, he pasado por esa fase, claro que me gustaba. El Flash Gordon, el Tarzán, el Capitán Maravillas, todos me gustaban. Pero ya pasó aquel tiempo.
Ahora todos los cómics de superhéroes están siendo adaptados a la gran pantalla y con gran éxito. ¿Estás contento con las adaptaciones cinematográficas que se han hecho de tus personajes?
Sí, sí. Algunas no. Algunas han sido una mamarrachada, feas, malas. Pero se han hecho dos últimamente, que las ha hecho este de Madrid, el Fesser, una con personajes reales y otra de animación, que son las dos verdaderas maravillas.
La de los personajes reales, cuando me lo propusieron por primera vez, hace muchos años, yo dije que era imposible que encontraran a un tipo que pudiera hacer de Mortadelo. Hasta que me lo enseñaron por un monitor, y me dijeron: «Este va a hacer de Mortadelo». Lo miré y dije: «No es que vaya a hacer de Mortadelo. Es que es Mortadelo» [risas]. El Benito Pocino. No me lo podía creer. La película quedó magnífica. Con unos movimientos, un dinamismo. Había una serie de trucos muy bien logrados. Era tremenda, quedó la mar de bien.
Y la del dibujo de animación, esto último que hicieron, Mortadelo y Filemón contra Jimmy el Cachondo, era una auténtica maravilla. Ríete tú de las películas de Disney, que a mí siempre me han gustado, pero esto lo supera con creces. Estuve un día en Madrid viendo como hacían la peliculita esta. Me lo enseñaban, y en vez de tener una sala con setecientos dibujantes tenían una sala con setecientas personas delante de un ordenador. Luego me lo explicaban: este hace que la habitación tenga más o menos luz según la hora que sea, este se encarga de que las sombras sean más alargadas o más cortas… Yo me ponía a mirar aquello y en plan de coña les dije: «Lo que hacéis aquí es una maravilla, pero todo esto que hacéis entre setecientos me lo hago yo solito en mi tablero» [risas]. Era broma, ¿eh? Porque lo que estaban haciendo era bonito, bonito de verdad.
¿Y en la televisión? Porque puede que no estén reconocidas como tal, pero la serie Manos a la obra le debe bastante a Pepe Gotera y Otilio, y Aquí no hay quien viva es un claro remedo de 13, Rue del Percebe.
Eso me lo dijo una vez alguien, que había visto por la tele la serie de Pepe Gotera y Otilio, y yo le dije que yo no tenía nada que ver con eso. Y me decía: «¿Cómo que no? El gordo que come y tal…». Y yo: «Sí, pero que no tiene nada que ver». Y la del 13, Rue del Percebe también tiene un gran parecido.
Vamos, ni mucho menos pienso en poner un pleito ni nada por el estilo. Es una cosa que hasta satisface y todo, porque si han ido a fijarse en lo que tú haces es porque vale, y porque sigue teniendo interés para el público. Pues mira, no pasa nada.
Antes comentaste algo al hablar de las portadas, pero un elemento de tus tebeos que fascina es la cantidad de detallitos extravagantes que pueden verse en las viñetas. ¿De dónde viene esa inventiva?
Sí, sí. Eso le gusta mucho a la gente. A veces me miro yo en una portada de esas que he hecho y pienso que con los temas que hay ahí podría haber sacado cinco o seis portadas [risas]. Pero bueno, a la gente le gustan muchos esos detalles.
La lagartija clavada en una pared con una chincheta, un chorizo cortado con una cuchilla de afeitar…
Sí, sí, mil cosas. Y aquel gusanete que se le queda agarrado a la nariz a uno, y al que le dicen: «¡Jesús!».
Pues esto surge porque el antiguo «dire» quería que las historietas, cuando las supervisaba, estuvieran totalmente terminadas. Y yo, conociéndolo, me dedicaba a poner telarañas en las esquinas y cosas así. Cualquier espacio en blanco lo rellenaba en seguida, y esa es una costumbre que se me quedó.
Y tú dibujando colillas todo el rato, y entra de repente en vigor la ley antitabaco…
¡Uy, uy, lo de las colillas! [risas]. Eso se acabó ya hace mucho tiempo. Lo de las colillas lo dejé, fue mortal el vicio. Se acabó.
Hiciste un especial, además, en 2005, que se tituló «Prohibido fumar».
Exactamente, sí, sí. Esa fue una de las cosas que hice.
¿No has notado nunca que la CIA te esté vigilando? Porque lo de la TIA…
Pues francamente, no [risas]. Pero a veces sí que me ha llegado un coletazo con estas cosas, en plan: «Cuidado, cuidado». Hice una vez un álbum que se llamaba «Corrupción a mogollón», o algo así, y salía ese pollo que hubo con el antiguo director de la Guardia Civil… Y no hubiera ocurrido nada, ¿no?, pero le puse la Guardia Viril, para evitar cualquier tontería. Esto no lo hubiera podido hacer con la antigua editorial, en los tiempos de Franco, donde no podía sacar nada que pareciera un policía. Ni loco. No podía poner ni la palabra «policía». Tenías que decir los «gendarmes», o cosas así. Y cuando los dibujaba, lo hacía imitando a los bobbies ingleses, porque si no era imposible. Aquí no hubiera ocurrido nada ya, porque los tiempos han cambiado mucho, pero antes de que hubiera repelús por parte de alguien, pues…
Y a veces cambio los nombres por otros que recuerden al del personaje que estoy dibujando, y se cambian para darle también un poco de comicidad. Pero una vez cambié el nombre de algún personaje que salía y al cambiarlo se convertía en el nombre de un alto cargo que había por el norte, yo no sé dónde. Y a los cuatro días vino una carta del abogado de este señor: «Ustedes están utilizando el buen nombre de mi cliente», y yo lo que había hecho es convertirlo en plan de coña [risas]. Y nos pedía que lo retiráramos de la circulación, o si no nos ponían un pleito, y no sé cuántos. Y yo les dije a los de la editorial que, en fin, no soy jurista, pero que no le echaran ni caso, que ni le contestaran si quiera, que ya se le pasaría. Y así fue. Se paró la cosa.
¿Cuál es el bocadillo más raro que te has comido?
¿Cómo que me he comido? ¿Que he tenido que quitar?
No, no. Bocadillo de verdad. Bocata, como los que se come Otilio.
¡Ah! [risas] Yo es que no tengo tiempo ni de comer, casi. Lo que sí te puedo contar, de cuando he estado con las promociones y tal, es lo que no me he comido. Y aquello sí que me jodió mucho. A mí me gustan mucho todas estas cosas del marisco, y un día estaba en Madrid, que había ido a firmar, y a la hora de comer fuimos a una marisquería. Y a mí me gustan horrores los percebes. Entonces pedimos una bandeja, y cuando iba a coger el primer percebe viene un camarero y me dice: «Ibáñez, al teléfono, que llaman del periódico no sé qué, que le quieren hacer una entrevista». «¡La madre que los parió! Bueno, ahora vengo», les digo a mis acompañantes. «Esperadme con los percebes». Y desde el teléfono yo veo a esos granujas, a esa pandilla de marranos comiendo percebes, mientras a mí me hacen las preguntitas. Y yo, que había estado como un loco esperando… Terminé la entrevista y estaban allí los tíos que habían dejado la bandeja con un poco de agua, unas piedrecitas, se habían acabado todo [risas].
Ese asterisco que pones en tu firma, ¿tiene algún significado oculto?
No, no. Lo pongo porque es bonito. Es mejor que el punto y tal. No tiene nada de particular. Muchas veces lo utilizo también para los signos de admiración. En vez de poner un puntito pongo un asterisco, arriba o abajo. Y mira, pues queda mejor.
Es como cuando estoy en las firmas, con las dedicatorias, que siempre hago un dibujillo, y la gente se va la mar de contenta. A mí no me gustan las firmas esas colectivas, sobre todo cuando hay autores literarios, porque ocurre que me pongo yo y se hace la cola de gente enseguida y al otro no va a verle ni Dios. Y empieza el tío a mirarte con mala cara, como pensando: «La porquería que hace este tío y la cola que tiene». Excepto uno, José Luis Sampedro, que luego lo hicieron catedrático o académico, y con el que estuve una vez en una mesa de estas, y yo haciendo mis dibujitos y el tío me miraba y me miraba, y ya por fin se acercó, y yo pensé que es que ya no se podía aguantar más, pero me dijo:
«Eso son dedicatorias y no la mierda que yo hago» [risas].
Entrevista de Fran G. Matute
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